martes, 22 de junio de 2010

Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado.

Evangelio según San Lucas 9,51-62.
Mala acogida en un pueblo Samaritano.
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén  y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?". 
Pero él se dio vuelta y los reprendió. 
Y se fueron a otro pueblo. 



Exigencias de la vocación apostólica.
Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!". 
Jesús le respondió:
"Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". 
Y dijo a otro: "Sígueme". El respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre". 
Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios".
Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos". 
Jesús le respondió:
"El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios". 

COMENTARIO
Recién el domingo pasado dimos una respuesta personal a Jesús, reconociéndolo como mí salvador y decidiendo a cargar nuestra cruz (y dar la vida).
Hoy Jesús nos enseña cómo debe de ser el discípulo, ya que no se trata de algo superficial, de algo pasajero, sino, una transformación de vida.  Es vivir libres y entregados con aquél que reconocimos nuestro salvador y como consecuencia, ser TESTIGOS DEL EVANGELIO.




Los siguientes número de Aparecida, nos pueden ayudar a profundizar un poco más en el mensaje.
La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu.

No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados.

A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que
no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.

Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado. (cf. Aparecida 11-12. 18)

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