lunes, 23 de noviembre de 2009

Dios llega y se queda cuando sembramos esperanza.

Lc 21, 25-36
El regreso del Hijo del hombre

25 »Pasarán cosas extrañas en el sol, la luna y las estrellas. En todos los países, la gente estará confundida y asustada por el terrible ruido de las olas del mar. 26 La gente vivirá en tal terror que se desmayará al pensar en el fin del mundo. ¡Todas las potencias del cielo serán derribadas! 27 Esas cosas serán una señal de que estoy por volver al mundo. Porque entonces me verán a mí, el Hijo del hombre, venir en las nubes con mucho poder y gloria. 28 Cuando suceda todo eso, estén atentos, porque Dios los salvará pronto.


La lección de la higuera

29 Jesús también les puso este ejemplo:
«Aprendan la enseñanza que les da la higuera, o cualquier otro árbol. 30 Cuando a un árbol le salen hojas nuevas, ustedes saben que ya se acerca el verano. 31 Del mismo modo, cuando vean que sucede todo lo que yo les he dicho, sepan que el reino de Dios pronto comenzará. 32 Les aseguro que todo esto sucederá antes de que mueran algunos de los que ahora están vivos. 33 El cielo y la tierra dejarán de existir, pero mis palabras permanecerán para siempre.

Jesús advierte a sus discípulos

34 »¡Tengan cuidado! No pasen el tiempo pensando en banquetes y borracheras, ni en las muchas cosas que esta vida les ofrece. Porque el fin del mundo podría sorprenderlos en cualquier momento, 35 y ustedes serán como un animal que, de pronto, se ve atrapado en una trampa. 36 Por eso, estén siempre alerta. Oren en todo momento, para que puedan escapar de todas las cosas terribles que van a suceder. Así podrán estar conmigo, el Hijo del hombre.»

COMENTARIO
  •      Dios cumple sus promesas
Nos hemos ido acostumbrando a que las promesas no se hacen para cumplirlas, sino para quedar bien o para lograr otros propósitos. Las páginas de los periódicos y los ecos de otros medios están llenas de promesas incumplidas o, lo que es peor, de promesas que se hicieron sin ánimo de cumplirlas. Ya apenas nos escandalizamos de ello, pero esto nos ha hecho ir perdiendo la confianza en la palabra. Y esto es serio. El viejo Aristóteles decía que la palabra es lo que nos permite convivir en la ciudad, mientras que la voz sólo hace posible la coexistencia de los animales en su grupo. Por eso no basta con tener voz, es más importante tener palabra. Convivir es mucho más que coexistir.
En este panorama de promesas incumplidas, de palabras sin hondura ¿quedan aún promesas de las que nos podamos fiar, sabiendo que no nos sentiremos defraudados?
Jeremías, y la tradición profética, que tanto influyó en la experiencia religiosa de Jesús de Nazaret, presenta a Dios como quien cumple su promesa, quien da solidez a sus palabras. Su compromiso es serio. Y esto llena de tranquilidad a sus fieles, porque el Señor será nuestra justicia y promoverá la justicia. Es un Dios que se hace creer porque cree en lo que dice y en lo que hace.
  •      Que el Señor os haga rebosar de amor mutuo
Esta fidelidad de Dios no suscita sólo fe y esperanza en Él. Nuestro Dios no es un coleccionista de afectos, un gran y solitario narcisista. No busca aduladores, sino testigos.
¿Qué testifica ante el mundo que es cierta nuestra confianza en Dios? ¿Qué nos hace creíbles a nosotros como creyentes? En el evangelio hay respuestas para eso. La más radical y clara: que amamos a los hermanos. Sólo el amor es digno de fe, según el decir de Von Balthasar.
Si en nuestro mundo está en crisis el valor de la palabra es porque también está en crisis el valor del amor. El amor que es fortaleza interior para seguir apostando por el otro, por su dignidad personal, por todo lo que le hace insustituible.
Alguien dijo que amar a otro es decirle: tú no morirás. El amor es una opción por la vida, porque el otro se sienta vivo y con ganas de recomenzar constantemente su aventura.
Creemos en la promesa del Dios que libera cuando amamos al hermano para que vaya siendo liberado de sus temores y sus angustias. Creemos en la promesa de Dios que es nuestra justicia cuando amamos comprometidamente al hermano que aún espera poder vivir en condiciones más justas.
  •      Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación
El evangelio de este domingo pone en boca de Jesús palabras apocalípticas. No debieran servir para meter el miedo en el cuerpo a nadie. Aunque haya un cierto morbo en todo ese tipo de narraciones sobre el fin del mundo. Jesús no es un literato de quiosco. Es un testigo del amor de Dios, que ama al mundo hasta el extremo de no dejarle abandonado a su suerte. El género apocalíptico destaca, en el dramatismo de sus palabras y sus imágenes, que Dios está cerca también cuando los acontecimientos se tuercen.
Entre las angustias de las gentes, entre el miedo que nos deja sin aliento, ante lo que se le viene encima al mundo, es posible mantener la fe. No la fe en que saldremos de “esta” crisis, sino la fe de que el Señor nos abrirá paso en las crisis de la vida. Es la fe adulta para los tiempos difíciles, cuando la historia se hace inhóspita, cuando la vida se torna compleja y poco amable.
La fe no nos lleva a escabullirnos de las dificultades, a agachar la cabeza o meterla bajo el ala, sino a hacerles frente con audacia y fortaleza. Porque no estamos solos. Los hermanos, y Dios con ellos, son nuestra fuerza.
Por eso, el Dios que viene, no abate las esperanzas humanas. El Dios que llega nos invita a levantarnos, a alzar la cabeza, a estar siempre despiertos, lúcidos, acertando a leer con sabiduría el sentido de los avatares del mundo y los chispazos de luz en medio de la oscuridad. A ser solidarios esforzados, desde el amor, con quienes el desorden de este mundo hace vivir entre tinieblas y sombras de muerte. Dios llega y se queda cuando sembramos esperanza.
Vivir el Adviento es abrir el corazón y la mente a la luz de Dios que está siempre ahí, pocas veces cegadora, casi siempre conviviendo con las sombras de nuestra vida y nuestra historia. 

1 comentario:

Unknown dijo...
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