Evangelio de Lc 3, 1-6
1-2 Juan el Bautista, el hijo de Zacarías, vivía en el desierto. Dios le habló allí, en el desierto, cuando Tiberio tenía ya quince años de ser el emperador romano y Poncio Pilato era el gobernador de la región de Judea. En ese tiempo Herodes Antipas gobernaba en la región de Galilea; por su parte Filipo, el hermano de Herodes, gobernaba en las regiones de Iturea y Traconítide; Lisanias gobernaba en la región de Abilene. Anás y Caifás eran los jefes de los sacerdotes del pueblo judío.
3 Juan fue entonces a la región cercana al río Jordán. Allí le decía a la gente:
«¡Bautícense y vuélvanse a Dios! Sólo así Dios los perdonará.»
4 Mucho tiempo atrás, el profeta Isaías había escrito acerca de Juan:
«Alguien grita en el desierto:
“Prepárenle el camino a nuestro Dios. ¡Ábranle paso! ¡Que no encuentre estorbos!
5 ”Rellenen los valles, y conviertan en llanura la región montañosa. Enderecen los caminos torcidos.
6 ¡Todo el mundo verá al Salvador que Dios envía!”»
Comentario
Preparad el camino del Señor
Preparar “el camino del Señor” no fue sólo la vocación de Juan el Bautista. En realidad es lo que nos toca hacer a cuantos creemos y esperamos que Él se acerque a nosotros.
Es bonita la idea de “preparar el camino”. Una hermosa alegoría de ese ir tomando opciones en la vida que la aproximen a la venida, al paso del Señor.
Los caminos son muchos y no siempre conducen a lugar seguro. Hay caminos imaginados, pero no reales por los que podamos transitar. Hay caminos tortuosos donde los caminantes se fatigan en exceso o resultan heridos. Hay caminos que se pierden y nos dejan solos y desorientados. Hay que caminos que se desdibujan y no llevan a parte alguna.
Y lo que es más importante: hay personas que pueden hacer confiadamente su camino, personas que no encuentran su camino, personas que se quedan en el camino.
El camino del Señor es un camino que conduce a la salvación, un camino que podemos y debemos hacer juntos y en el que debemos hacer un sitio a los que se pierden y a los que excluimos. Jesús dijo de sí mismo que Él era el camino. Y la verdad y la vida: la luz del camino y su espléndido final.
¿Cómo hacer hoy para preparar ese camino del Señor? Cada momento de la historia tiene sus propias demandas y posibilidades. Pero en el oráculo del viejo Isaías se nos siguen dando pistas para nuestra creatividad: allanar los senderos: facilitar el fatigoso peregrinar de los humanos; elevar los valles: confortar a quien se siente deprimido y necesitado de horizontes en la vida; hacer descender los montes y colinas: porque sólo se puede caminar juntos si somos iguales y pacientes con los más lentos, y agradecidos a los más veloces; que lo torcido se enderece: porque no todo es recto en nuestro mundo y no podemos callar ante lo que causa sufrimiento y desesperanza ; que lo escabroso se iguale: porque todo lo que es abrupto y violento exaspera a los otros, está reñido con el amor.
Con ese empeño cotidiano, en la vida y personal y social, se irá haciendo ver la salvación de Dios. Así el adviento nos preparará a algo más que a un rito repetido, a la compulsión del consumo o a las nostalgias de la niñez y la juventud. Nos preparará a comprometernos en desbrozar los caminos del Señor en esta vieja tierra.