viernes, 13 de agosto de 2010

LA ALEGRÍA DE SABERSE MIRADO POR DIOS

Evangelio según San Lucas 1,39-56.

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.

Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.



Comentario
"En aquellos días, María se puso en camino hacia la región montañosa..." (Lc 1, 39). Las palabras del relato evangélico nos hacen ver con los ojos del corazón a la joven de Nazaret en camino hacia la "ciudad de Judá" donde habitaba su prima, para prestarle sus servicios.

En María nos impresiona, ante todo, la atención, llena de ternura, hacia su prima anciana. Se trata de un amor concreto, que no se limita a palabras de comprensión, sino que se compromete personalmente en una asistencia auténtica. La Virgen no da a su prima simplemente algo de lo que le pertenece; se da a sí misma, sin pedir nada a cambio. Ha comprendido perfectamente que el don recibido de Dios, más que un privilegio, es un deber que la compromete en favor de los demás con la gratuidad propia del amor.

"Proclama mi alma la grandeza del Señor..." (Lc 1, 46). Los sentimientos que María experimenta en el encuentro con Isabel afloran con fuerza en el cántico del Magníficat. Sus labios expresan la espera, llena de esperanza, de "los pobres del Señor", así como la conciencia del cumplimiento de las promesas, porque Dios "se acordó de su misericordia" (cf. Lc 1, 54).
Precisamente de esta conciencia brota la alegría de la Virgen María, que se refleja en todo el cántico: alegría por saberse "mirada" por Dios, a pesar de su "humildad" (cf. Lc 1, 48); alegría por el "servicio" que puede prestar, gracias a las "maravillas" a las que la ha llamado el Todopoderoso (cf. Lc 1, 49); alegría por gustar anticipadamente las bienaventuranzas escatológicas, reservadas a los "humildes" y a los "que tienen hambre" (cf. Lc 1, 52-53).

Después del Magníficat viene el silencio: de los tres meses de permanencia de María al lado de su prima Isabel no se nos dice nada. O, tal vez, se nos dice lo más importante: el bien no hace ruido, la fuerza del amor se manifiesta en la discreción serena del servicio cotidiano.

Con sus palabras y su silencio, la Virgen María se nos presenta como modelo en nuestro camino. No es un camino fácil: por el pecado de nuestros primeros padres, la humanidad lleva en sí la herida del pecado, cuyas consecuencias pesan también sobre los redimidos. Pero el mal y la muerte no tendrán la última palabra. María lo confirma con toda su existencia, como testigo viva de la victoria de Cristo, nuestra Pascua.

"Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros", nos ha dicho Jesús (Jn 14, 3). María es la prenda del cumplimiento de la promesa de Cristo. Su Asunción se convierte así, para nosotros, en "signo de esperanza segura y de consuelo" (cf. Lumen gentium, 68).

Juan Pablo II -Domingo 15 de agosto de 2004-


jueves, 5 de agosto de 2010

NUESTRA RIQUEZA ES EL PRESENTE.

Evangelio según San Lucas 12,32-48.
No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. 
Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. 
Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. 
Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. 
Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. 
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo. 
¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! 
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. 
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada". 
Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?". 
El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? 
¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo! 
Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. 
Pero si este servidor piensa: 'Mi señor tardará en llegar', y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. 
El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. 
Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. 

comentario

El que está siempre listo y el que está siempre alerta, es quien sabe vivir su presente plenamente.  No podemos pensar en que mañana estaremos listos, ya que el futuro es un tiempo del que todavía no podemos disponer y no sabemos si llegará. El presente es el único tiempo que poseemos en nuestras manos.  El pasado ya ha pasado, el futuro no sabemos si llegará.  NUESTRA RIQUEZA ES EL PRESENTE. 

El presente es nuestra única ocasión para vivir de verdad e introducir desde ahora nuestra vida terrena en el curso de la vida eterna.

Todos los santos y grandes testigos concuerdan en la importancia del presente.  Viven unidos a Jesús cada momento de su vida, según su ideal encarnado en su ser.  Para Ignacio de Loyola es "A mayor gloria de Dios"; para Isabel de la Trinidad, “Para alabanza de la gloria”; Para Juan Bosco “Concédeme almas”; para Madre Teresa es “Misericordia”; para Raoul Follereau es “Jesús en los leprosos”; para Jean Vanier, “Jesús en los disminuidos psíquicos”…

       Personificando en el momento presente su ideal, los santos viven una vida que se realiza en su esencia.     

“Mi vida es un instante, una efímera hora, un momento que se evade y huye veloz.  Tú sabes, Dios mío, que para amarte en la tierra sólo tengo este día” (Teres de Lisieux)
      
¿Cuál es tu tesoro? ¿En donde tienes puesto tu corazón? ¿Cómo estás viviendo tu presente?
       Preguntas importantes a poder responder con sinceridad…